martes, 18 de noviembre de 2008
Testimonio de una mujer que abortó
BARCELONA, 18 Nov. 08 / 05:33 am (ACI).- Montserrat, una mujer que abortó el mes pasado en el centro de abortos Les Corts de esta ciudad, pidió a los diputados que ven la reforma en la ley del aborto en España que piensen bien su decisión pues ella, que decidió abortar al que sería su tercer hijo, es una prueba de que estas practicas sólo destrozan la vida de miles de mujeres.
En este testimonio, recogido por la Asociación de Víctimas del Aborto (AVA), Monserrat relata que temía por este embarazo, pues con su segundo hijo su pareja la había abandonado. Cuando fue a consultar sobre su caso en Salud y Familia de la Generalitat de Cataluña, le dieron como única alternativa el aborto. Con la subvención de esa institución llegó al centro de abortos Les Corts el 23 de octubre.
"Al llegar a la clínica Les Corts con mi hermana y una amiga yo estaba muy nerviosa porque yo realmente no quería abortar. Había un impulso en mí que me decía que lo hiciera y otro que me decía que no. No sabía realmente que hacer", explica.
Montserrat indicó que "pese a que le mencioné a la psicóloga de la clínica que había tenido tratamiento psiquiátrico durante cinco años, ella me dijo que la mejor opción en mi caso era el aborto ya que ya tenía suficiente carga con dos hijos. Además me mencionó que era joven y que después podría tener más".
La joven mujer relató también que le dieron un tranquilizante que rápidamente le hizo efecto y ya no pudo echarse para atrás porque la llamaron para que ingresara al quirófano.
"No te explican realmente que después de un aborto provocado sufres depresiones. Ellos solo lo hacen por negocio. La intervención solo duro cinco minutos. Llegué llorando y salí llorando. A mí no me han llamado más. Eché de menos que me dijeran que me lo pensara o que viniera otro día, no saben cuánto me pesa", cuenta.
Monserrat indicó que durante todo el proceso se sintió presionada por todos: "la clínica, las enfermeras, la psicóloga, todos. Cuando llegué a mi casa me preguntaba: ¿Que había hecho? Sabía que no me lo iba a devolver nadie. Desde ese día no como, no duermo bien, estoy con tranquilizantes para dormir, estoy mal", relata.
Luego de precisar que si Salud y Familia de la Generalitat no hubiera subvencionado el aborto, no se hubiera sometido a esta práctica infanticida. "Nos dan facilidad para abortar pero no para sacar adelante a nuestros hijos. Yo no me he sacado un problema, me he puesto un problema más grande encima de mi espalda con la muerte de mi hijo", concluye.
(Tomado de www.aciprensa.com.)
viernes, 14 de noviembre de 2008
Stojan Adasevic, otro "rey del aborto" convertido en lider pro-vida
MADRID, 13 Nov. 08 / 07:40 am (ACI).- El diario La Razón de España dio a conocer el caso de un nuevo "rey del aborto" convertido: Stojan Adasevic, quien llegara a realizar 48 mil abortos en total y hasta 35 en un solo día, es actualmente el principal líder pro-vida de Serbia, pero durante 26 años fue el ginecólogo abortista más prestigioso de la Belgrado comunista.
El periódico español señala que "los libros de medicina del régimen comunista decían que abortar era, simplemente, extirpar un trozo de tejido. Los ultrasonidos que permitían ver al feto llegaron en los años 80, pero no cambiaron su opinión. Sin embargo, empezó a tener pesadillas".
Al relatar su proceso de conversión, explica el diario, Adasevic "soñaba con un hermoso campo, lleno de niños y jóvenes que jugaban y reían, de cuatro a 24 años, pero que huían aterrados de él. Un hombre vestido con un hábito blanco y negro lo miraba intensamente, en silencio. El sueño se repetía cada noche y despertaba con sudores fríos. Una noche preguntó al hombre de negro y blanco por su nombre. 'Me llamo Tomás de Aquino', respondió el hombre del sueño. Adasevic, formado en la escuela comunista, nunca había oído hablar del genial santo dominico, no reconoció el nombre".
"'¿Por qué no me preguntas quiénes son estos niños? Son los que mataste con tus abortos', le dijo Tomás. Adasevic despertó, impresionado, y decidió no practicar más intervenciones", prosigue.
"Ese mismo día vino a su hospital un primo con su novia, embarazada de cuatro meses, para hacerse su noveno aborto, algo bastante frecuente en los países del bloque soviético. El doctor accedió. En vez de sacar el feto miembro a miembro, decidió machacarlo y sacarlo como una masa. Sin embargo, el corazón del bebé salió aún latiendo. Adasevic se dio cuenta entonces de que había matado a un ser humano".
Tras ese macabro episodio, Adasevic "informó al hospital de que no haría más abortos. Nunca en la Yugoslavia comunista un médico se había negado. Redujeron su salario a la mitad, echaron a su hija del trabajo, no dejaron entrar a su hijo en la universidad".
Tras dos años de presiones y a punto de rendirse, volvió a soñar con Santo Tomás: "'eres mi buen amigo, persevera', dijo el hombre de blanco y negro. Adasevic se comprometió con los grupos pro-vida. Dos veces consiguió que la televisión yugoslava emitiera la película de ultrasonidos 'El grito silencioso', de otro famoso ex-abortista, el doctor Bernard Nathanson".
Actualmente el doctor Adasevic ha publicado su testimonio en revistas y diarios de Europa del Este, como la rusa Liubitie Drug Druga. Ha vuelto al cristianismo ortodoxo de su infancia y también ha aprendido cosas sobre Santo Tomás de Aquino.
"Tomás, influido por Aristóteles, escribió que la vida humana empezaba 40 días después de la fertilización", escribe Adasevic en Liubitie Drug Druga. La Razón comenta que "el doctor sugiere que quizá el Santo buscaba compensar ese error. Adasevic, 'el Nathanson serbio', prosigue hoy su lucha por la vida de los más pequeños".
Tomado de http://www.aciprensa.com/.
jueves, 23 de octubre de 2008
martes, 21 de octubre de 2008
Actriz Jennifer O´Neill habla de su aborto
"Esto me ocurrió antes de tener fe en Jesucristo. Sin embargo sabía que la mujer no está hecha para matar a sus hijos."
miércoles, 1 de octubre de 2008
Jim Caviezel habla sobre la fe después de "La Pasión"
DENVER, 21 Mar. 04 / 12:30 pm (ACI).- Jim Caviezel, el actor que interpretó a Jesús en “La Pasión”, filme producido y dirigido por Mel Gibson, conversó con ACI Prensa la semana pasada cuando se encontraba en Denver para recibir, a nombre de todo el equipo de producción de “La Pasión de Cristo”, el Premio “Imago Dei”, que otorga la Arquidiócesis de Denver. A continuación la entrevista.
P. Jim, respecto de tu fe, ¿cómo ha cambiado esta película tu experiencia del sufrimiento, y qué significa ahora el sufrimiento para ti?
R. Ahora entiendo el sufrimiento mucho más, como nunca antes en mi vida. Durante gran parte de la filmación no estaba seguro de poder hacerlo, no sabía si la hipotermia me iba a impedir lograrlo. Luchar con la hipotermia por un día está bien, aunque es sumamente duro. Pero intenta sobrellevarla por cinco semanas seguidas, en una cruz que sobresale por encima de los 300 metros, y cuando además tu hombro esta dislocado y estás enfermo, con neumonía y vomitando. Al mismo tiempo, eres alcanzado por un rayo. Todas estas cosas influyen en el momento en que gritas: “¿Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado?” Yo dije eso muchas, muchas veces durante la filmación. Llega un momento en que te preguntas si a Dios le importaba que hiciéramos esta película o no. Pero ese es mi lado humano, porque sé que a Él (Jesús) sí le importó. Y si yo no hubiese pasado por todo ese sufrimiento no hubiera podido lograr la actuación que puedes ver en la pantalla. Esta experiencia me arrojó a los brazos de Dios.
P. Tu fe es algo que ocupa un lugar central en tu vida. ¿Has encontrado alguna contradicción o conflicto entre tu vida de fe y tu carrera de actor?
R. Cuando trabajas en un banco, trabajas con dinero. ¿Significa eso que no puedes ser católico y trabajar en un banco? ¿Acaso no puedes ser católico y presidente de los Estados Unidos? Se puede ser católico y estar comprometido con cualquier aspecto, por ejemplo del mundo de las comunicaciones, ya sea como reportero o como cualquier otra cosa. Nosotros necesitamos [a los católicos] en toda misión, en todas las áreas. Necesitamos misioneros y buenas personas en todos los ámbitos de la vida.
P. ¿Qué papel juega tu fe a la hora de escoger las películas en las que trabajas?
R. [Mi fe] no implica que no interprete personajes pecadores. No significa que no vaya a hacer películas con calificación R. Evidentemente, esta película tiene esa calificación. De hecho, si lees la Biblia le darías una calificación más severa -tal vez hasta X-, porque se trata de un libro muy serio lleno de muchos pecadores y muchos santos. He interpretado tanto personajes pecadores como personajes que fueron personas santas, pero siempre procuro encontrar algo rescatable en las historias. Pero eso sí, no blasfemo contra nuestro Señor, y hay cosas en las películas que no haría. Y en esos casos solo espero. Dios me permite esperar. Si encuentro un guión que me gusta, pero que contiene partes inaceptables para mí, les pido que lo cambien y si realmente están interesados en mi trabajo, lo cambiarán.
P. ¿Cuán importante es tu fe en tu vida de casado, y tu matrimonio en tu fe?
R. Es fundamental, como la alimentación. Tienes que comer todos los días; tienes que recibir la Eucaristía. Dios me entregó a mi esposa. Ella es un regalo. Yo la cuido, ella me cuida a mí. Nos encanta la manera en que Dios quiere que amemos. Tratamos de ser un ejemplo para las demás personas. A veces nos equivocamos pero seguimos intentando para luego levantarnos si caemos. Permanecemos juntos y nos amamos tanto como podemos. Mi fe alimenta todo, mi actuación y todo el resto. Es el alma de mi vida.
P. ¿Cuál es tu reacción ante la cobertura que la prensa hace de ti?
R. En la prensa, muchas veces se buscan ángulos para embarrarte. Por ejemplo, continuamente se refieren a mí como “el devoto católico Jim Caviezel”. Lo hacen cada vez que hablan de mí en la prensa, y uno piensa: “¿Qué hay de malo en eso?”. Pero déjame preguntarte algo, ¿dicen acaso "el devoto cienciologista Tom Cruise” o “el devoto judío Adam Sandler” una y otra vez? Ellos saben lo que están haciendo cuando intentan mancharte: buscan mostrarte como un “fanático religioso” que juzga y condena a los demás. Siempre ha existido este tipo de persecución en todos los tiempos.
P. ¿Y te afecta esto?
R. Cierta prensa no está muy abierta a cómo vives tu vida. Yo no voy e impongo mi fe a los demás. Hablo sobre ella cuando me lo preguntan y algunas veces ni siquiera hablo. Pero la vivo. No se trata de lo que dices; lo importante es lo que haces. Pero no puedo andar preocupado de lo que piensan los demás. Yo tendré que responderle a Dios. Sólo tengo miedo de no hacer lo correcto, porque tendré que rendirle cuentas a El algún día.
P. ¿Cómo explicas el éxito de “La Pasión de Cristo”? ¿Sabes de algún fruto espiritual que la gente haya recibido luego de ver la película?
R. Puedes navegar por las distintas paginas en Internet y leer acerca de los frutos espirituales, están en todos lados. Pero lo que escuchas en alguna prensa es sólo la historia de una señora que murió a causa de un ataque cardiaco mientras veía “La Pasión” en Kansas. Los que quieren van a encontrar algo negativo entre los millones y millones de buenas cosas. Pero creo que esta película ayudará a promover la verdadera paz en el mundo.
P. ¿Crees que esta película tenga algún impacto en la fe de la gente?
R. Espero que sí. En muchos países alrededor del mundo, atenuamos nuestra fe para acomodarla y así llamar a la “unidad” de las iglesias, y eso está mal. Yo no estoy pidiéndole, por ejemplo, a los Bautistas que acepten la figura de María y que entiendan su significado, ese es el trabajo del Espíritu Santo. Al final, lo que pido es que un hermano evangélico rece por mi conversión y yo rezaré por la suya, pero “aguar” nuestra fe, para acomodarse el uno al otro, es solo acomodarse a una cosa: el pecado.
P. ¿Cuál es tu escena favorita en esta película?
R. En mi escena favorita, Poncio Pilatos le habla a Jesús, y Jesús dice: “Aquellos que me conocen, conocen la Verdad”. Pilatos contesta: “¿Qué es la verdad?”. Jesús permanece callado. Luego, Pilatos se dirige a su esposa, Claudia, y dice: “¿Qué verdad es ésta?”. A lo cual ella responde: “Si tú no lo sabes, yo no puedo decírtelo”.
Muchas veces, la gente piensa que Jesús es un fanático intolerante; pero no lo es. El habla en verdad. Habla con la plena verdad y plena gracia.
P. ¿Qué deseo tienes para América Latina y España una vez que “La Pasión” haya sido estrenada?
R. Quiero que les suceda lo mismo que ocurrió aquí. Que las personas se abran, que estén abiertas a la Verdad.
domingo, 21 de septiembre de 2008
André Frossard: "Dios existe, yo me lo encontré".
André Frossard nació en Francia en 1915. Como su padre, Ludovic-Oscar Frossard, fue diputado y ministro durante la III República y primer secretario general del Partido Comunista Francés, Frossard fue educado en un ateísmo total. Encontró la fe a los veinte años, de un modo sorprendente, en una capilla del Barrio Latino, en la que entró ateo y salió minutos más tarde "católico, apostólico y romano".
El ateísmo en André Frossard y su posterior y repentina conversión se entienden un poco más contemplando su propia familia, como nos lo cuenta él mismo: "Eramos ateos perfectos, de esos que ni se preguntan por su ateísmo. Los últimos militantes anticlericales que todavía predicaban contra la religión en las reuniones públicas nos parecían patéticos y un poco ridículos, exactamente igual que lo serían unos historiadores esforzándose por refutar la fábula de Caperucita roja. Su celo no hacia más que prolongar en vano un debate cerrado mucho tiempo atrás por la razón. Pues el ateísmo perfecto no era ya el que negaba la existencia de Dios, sino aquel que ni siquiera se planteaba el problema. (...)
Dios no existía. Su imagen o las que evocan su existencia no figuraban en parte alguna de nuestra casa. Nadie nos hablaba de Él. (...)
No había Dios. El cielo estaba vacío; la tierra era una combinación de elementos químicos reunidos en formas caprichosas por el juego de las atracciones y de las repulsiones naturales. Pronto nos entregaría sus últimos secretos, entre los que no había en absoluto Dios.
¿Necesito decir que no estaba bautizado? Según el uso de los medios avanzados, mis padres habían decidido, de común acuerdo, que yo escogería mi religión a los veinte años, si contra toda espera razonable consideraba bueno tener una. Era una decisión sin cálculo que presentaba todas las apariencias de imparcialidad. ¿A los veinte años quiere creer? Que crea. De hecho, es una edad impaciente y tumultuosa en la que los que han sido educados en la fe acaban corrientemente por perderla antes de volverla a encontrar, treinta o cuarenta años más tarde, como una amiga de la infancia... Los que no la han recibido en la cuna tienen pocas oportunidades de encontrarla al entrar en el cuartel...
Mi padre era el secretario general del partido socialista. Yo dormía en la habitación que, durante el día, servía a mi padre de despacho, frente a un retrato de Karl Marx, bajo un retrato a pluma de Jules Guesde (socialista que colaboró en la redacción del programa colectivista revolucionario) y una fotografía de Jaurès.
Karl Marx me fascinaba. Era un león, una esfinge, una erupción solar. Karl Marx escapaba al tiempo. Había en él algo de indestructible que era, transformada en piedra, la certidumbre de que tenía razón. Ese bloque de dialéctica compacta velaba mi sueño de niño. (...)
El domingo era el día del Señor para los luteranos, que a veces iban al templo, y para los pietistas, que se reunían en pequeños grupos bajo la mirada falta de comprensión de otros. Para nosotros era el día del aseo general, en el agua corriente del arroyo truchero, después del cual mi abuelo me friccionaba la cabeza con un cocimiento de manzanilla..."En Navidad, las campanas de los pueblos cercanos, que no encontraban eco entre nosotros, extendían como un manto de ceremonia sobre la campiña muerta. Nosotros también nos poníamos nuestros trajes domingueros para ir a ninguna parte (...) Almorzábamos en la mejor habitación, sobre el blanco mantel de los días señalados.
Pero ni el moscatel de Alsacia, ni la cerveza, ni la frambuesa, volvían a la familia más habladora. La comida, más rica que de costumbre, y el abeto, completamente barbudo de guirnaldas plateadas, nada conmemoraban. Era una Navidad sin recuerdos religiosos, una Navidad amnésica que conmemoraba la fiesta de nadie.
Entre las izquierdas la política se consideraba como la más alta actividad del espíritu, el más hermoso de los oficios, después del de médico, sin embargo. A ella debían mis padres, por otra parte, el haberse encontrado. Mi madre de espíritu curioso, había escuchado a mi padre hablar del socialismo ante un auditorio obrero, con la fogosidad de sus veinticinco años, una inteligencia combativa, una voz admirable. Desde aquel día, ella le siguió de reunión en reunión, por amor al socialismo, hasta la alcaldía. Cuando me contaba esa historia, yo no comprendía gran cosa. Para mí, mis padres eran mis padres desde siempre y no imaginaba que hubiesen podido no serlo en un momento dado de su existencia. La honestidad, la natural decencia de su vida en común, me habían dado del matrimonio la idea de una cosa que no podía deshacerse y que, al no tener fin, no había tenido comienzo.
Mi madre vendía al pregón el periódico de la Federación Socialista, completamente redactado por mi padre, entonces maestro destituido por amaños revolucionarios y reducido a la miseria. Pero la política llenaba la vida de mi padre. (...)
Rechazábamos todo lo que venía del catolicismo, con una señalada excepción para la persona -humana- de Jesucristo, hacia quien los antiguos del partido mantenían (con bastante parquedad, a decir verdad) una especie de sentimiento de origen moral y de destino poético. No éramos de los suyos, pero él habría podido ser de los nuestros por su amor a los pobres, su severidad con respeto a los poderosos, y sobre todo por el hecho de que había sido la víctima de los sacerdotes, en todo caso de los situados más alto, el ajusticiado por el poder y por su aparato de represión".
Pero sin tener mérito alguno Frossard, porque Dios quiso y no por otra razón, fue el afortunado en recibir el regalo de la conversión. El no buscaba a Dios. Se lo encontró: "Sobrenaturalmente, sé la verdad sobre la más disputada de las causas y el más antiguo de los procesos: Dios existe. Yo me lo encontré.
Me lo encontré fortuitamente -diría que por casualidad si el azar cupiese en esta especie de aventura-, con el asombro de paseante que, al doblar una calle de París, viese, en vez de la plaza o de la encrucijada habituales, una mar que batiese los pies de los edificios y se extendiese ante él hasta el infinito.
Fue un momento de estupor que dura todavía. Nunca me he acostumbrado a la existencia de Dios.
Habiendo entrado, a las cinco y diez de la tarde, en una capilla del Barrio Latino en busca de un amigo, salí a las cinco y cuarto en compañía de una amistad que no era de la tierra.
Habiendo entrado allí escéptico y ateo de extrema izquierda, y aún más que escéptico y todavía más que ateo, indiferente y ocupado en cosas muy distintas a un Dios que ni siquiera tenía intención de negar -hasta tal punto me parecía pasado, desde hacía mucho tiempo, a la cuenta de pérdidas y ganancias de la inquietud y de la ignorancia humanas-, volví a salir, algunos minutos más tarde, "católico, apostólico, romano", llevado, alzado, recogido y arrollado por la ola de una alegría inagotable.
Al entrar tenía veinte años. Al salir, era un niño, listo para el bautismo, y que miraba entorno a sí, con los ojos desorbitados, ese cielo habitado, esa ciudad que no se sabía suspendida en los aires, esos seres a pleno sol que parecían caminar en la oscuridad, sin ver el inmenso desgarrón que acababa de hacerse en el toldo del mundo. Mis sentimientos, mis paisajes interiores, las construcciones intelectuales en las que me había repantingado, ya no existían; mis propias costumbres habían desaparecido y mis gustos estaban cambiados.
No me oculto lo que una conversión de esta clase, por su carácter improvisado, puede tener de chocante, e incluso de inadmisible, para los espíritus contemporáneos que prefieren los encaminamientos intelectuales a los flechazos místicos y que aprecian cada vez menos las intervenciones de lo divino en la vida cotidiana. Sin embargo, por deseoso que esté de alinearme con el espíritu de mi tiempo, no puedo sugerir los hitos de una elaboración lenta donde ha habido una brusca transformación; no puedo dar las razones psicológicas, inmediatas o lejanas, de esa mutación, porque esas razones no existen; me es imposible describir la senda que me ha conducido a la fe, porque me encontraba en cualquier otro camino y pensaba en cualquier otra cosa cuando caí en una especie de emboscada: no cuento cómo he llegado al catolicismo, sino como no iba a él y me lo encontré. (...)
Nada me preparaba a lo que me ha sucedido: también la caridad divina tiene sus actos gratuitos. Y si, a menudo, me resigno a hablar en primera persona, es porque está claro para mí, como quisiera que estuviese enseguida para vosotros, que no he desempeñado papel alguno en mi propia conversión. (...)
Ese acontecimiento iba a operar en mí una revolución tan extraordinaria, cambiando en un instante mi manera de ser, de ver, de sentir, transformando tan radicalmente mi carácter y haciéndome hablar un lenguaje tan insólito que mi familia se alarmó.
Se creyó oportuno, suponiéndome hechizado, hacerme examinar por un médico amigo, ateo y buen socialista. Después de conversar conmigo sosegadamente y de interrogarme indirectamente, pudo comunicar a mi padre sus conclusiones: era la "gracia", dijo, un efecto de la "gracia" y nada más. No había por qué inquietarse.
Hablaba de la gracia como de una enfermedad extraña, que presentaba tales y cuales síntomas fácilmente reconocibles. ¿Era una enfermedad grave? No. La fe no atacaba a la razón. ¿Había un remedio? No; la enfermedad evolucionaba por sí misma hacia la curación; esas crisis de misticismo, a la edad en que yo había sido atacado, duraban generalmente dos años y no dejaban ni lesión, ni huellas. No había más que tener paciencia.
Se me toleraría mi capricho religioso a condición de que fuese discreto, como lo serían conmigo. Se me rogó que me abstuviese de todo proselitismo en relación con mi hermana menor. Ella se convertiría a pesar de todo al catolicismo, y mi madre también, bastantes años después de ella".
Frossard escribió el libro de su conversión, "Dios existe. Yo me lo encontré", que mereció el Gran Premio de la literatura Católica en Francia en 1969, y que se convertiría en un best-seller mundial.
En 1985 fue elegido miembro de la Academia y trabajó en la Comisión del Diccionario. Muere en París en 1995 a los 80 años de edad, tras haber sido uno de los intelectuales católicos franceses más influyentes de su país en el presente siglo.
Tomado de http://www.capellania.org/docs/jcremades
Las citas son de Dios existe, yo me lo encontré, de André Frossard.
lunes, 8 de septiembre de 2008
Polémico guionista de Hollywood cuenta su conversión al Catolicismo
WASHINGTON D.C., 03 Sep. 08 / 06:42 am (ACI).- Joe Eszterhas es un guionista de cine conocido en Hollywood como el creador del "thriller erótico", un género compuesto por películas oscuras que combinan el sexo y la violencia. En unos días publicará su más reciente libro en el que narra su asombrosa conversión al Catolicismo.
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Eszterhas se hizo millonario por escribir los guiones de películas taquilleras como Basic Instinct, Showgirls y Jagged Edge, todas conocidas por su explícito contenido sexual. Además fue editor de la revista Rolling Stone.
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El escritor, nacido en 1944, creció en campos de refugiados en Hungría después de la Segunda Guerra Mundial hasta que llegó con su familia a Cleveland, Estados Unidos. Trabajó como reportero de noticias policiales, cubriendo incontables tiroteos y peleas urbanas.
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En ese tiempo, sostiene que su vida era muy oscura, llena de muerte, asesinatos, crímenes y caos, lo que marcó su posterior carrera de guionista.
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En el verano del año 2001, Eszterhas fue diagnosticado con cáncer de garganta. Debió someterse a una delicada cirugía y recibió la orden médica de dejar el alcohol y el tabaco. Eszterhas tenía 56 años, siempre tuvo un estilo de vida alocado y sabía que cambiar sus hábitos no sería fácil.
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Un día, que Eszterhas describe como "infernalmente caluroso", estaba caminando por la calle cuando se dio cuenta que su vida había tocado fondo.
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"Me estaba volviendo loco. Estaba muy nervioso. Temblaba. No tenía paciencia para nada. Cada terminación nerviosa demandaba un trago y un cigarrillo", recuerda.
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Se sentó en el piso, comenzó a llorar y de repente comenzó a rezar. "Por favor, Dios, ayúdame", dijo.
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En ese momento, se dio cuenta de que no rezaba desde niño. "No podía creer lo que había dicho. No supe por qué lo había dicho. Nunca antes lo había dicho", recuerda.
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Inmediatamente, Eszterhas se sintió sobrecogido por un sentimiento de paz y se acabaron sus temblores. En ese momento, tal como le ocurrió a Saulo camino a Damasco, vio "una luz brillante, deslumbrante, casi cegadora que me hizo cubrir mis ojos con las manos".
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Para Eszterhas, esta experiencia fue determinante. Pasó de dudar sobre poder vivir sin tabaco ni alcohol, a saber que podía vencerse a sí mismo y triunfar.
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En ese momento comenzó su camino de regreso a la Iglesia pero el escándalo sexual que afectó duramente a los católicos en Estados Unidos se convirtió en un escollo para terminar su retorno. Por eso optó por asistir a servicios no denominacionales, pero finalmente se convenció de que no podía dejar de ser católico.
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"La Éucaristía y la presencia del cuerpo y sangre de Cristo está en mi mente y es una experiencia sobrecogedora. La Comunión es poderosa y es casi un sentimiento celestial", afirma.
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Aún ahora recibe ofertas para escribir guiones sobre temas siniestros. Sin embargo, asegura que ha "gastado mucha vida explorando el lado oscuro de la humanidad y no quiero regresar a eso nunca más".
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"Mi vida cambió desde que Dios entró a mi corazón. No me interesa la oscuridad. Tengo cuatro hijos hermosos, una esposa a la que adoro, adoro estar vivo y gozo de cada momento de mi vida. Mi visión se ha iluminado y no quiero regresar a ese lugar oscuro".
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En el último año, los médicos le dieron de alta y asegura que ha vencido al cáncer gracias a lo que él considera un milagro. Éste es el motivo por el cual escribió su nuevo libro titulado "Crossbearer: A memoir of faith" (Portador de Cruz : Un recuerdo de fe), para dar gracias a Dios y contarle al mundo lo que Él hizo en su vida.
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http://www.aciprensa.com/
miércoles, 3 de septiembre de 2008
Íngrid Betancourt revela cómo Dios le ha tocado el corazón
CIUDAD DEL VATICANO, martes, 2 septiembre 2008 (ZENIT.org).- Tras los 25 minutos de encuentro con Benedicto XVI, este lunes, en el palacio apostólico de Castel Gandolfo, la ex candidata a la presidencia de Colombia, Íngrid Betancourt, reveló en una rueda de prensa cómo Dios le ha tocado el corazón en su cautiverio.
Cuenta Íngrid que al escuchar estas promesas dijo: "Eso es para mí. Yo necesito que Dios toque el corazón duro de la guerrilla, que toque el corazón duro de todos aquellos que no dejan que se produzca la libertad nuestra".
Por Carmen Elena Villa Betancourt
Puede verse un testimonio de Íngrid Betancourt a las cámaras de televisión en http://www.h2onews.org/
Eduardo Verástegui, del mundo de la fama al mundo de la fe
Por qué me convierto del islam al catolicismo
Artículo de Magdi Cristiano Allam, subdirector del "Corriere della Sera"
Me has preguntado si no temo por mi vida, consciente de que la conversión al cristianismo implicará ciertamente una enésima, y mucho más grave, condena a muerte por apostasía.
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El Mundo 23/03/08
Querido director:
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Lo que te voy a contar se refiere a una decisión de fe y de vida personal, que, de ninguna manera, quiere implicar al Corriere della Sera, del que me honro en formar parte desde 2003, con el cargo de vicedirector ad personam. Te escribo, por lo tanto, como protagonista de la vivencia y como ciudadano privado. Ayer por la noche me convertí a la religión católica, renunciando a mi anterior fe islámica. De esta forma y por la gracia divina, vio la luz el fruto sano y maduro de una larga gestación vivida en medio del sufrimiento y de la alegría, entre la profunda e íntima reflexión y la consciente y manifiesta exteriorización. Estoy especialmente agradecido a Su Santidad, el Papa Benedicto XVI, que me administró los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía, en la Basílica de San Pedro, durante la solemne celebración de la Vigilia Pascual. Y adopté el nombre cristiano más sencillo y explícito: «Cristiano».
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Desde ayer, pues, me llamo Magdi Cristiano Allam. El de ayer fue, para mí, el día más bello de mi vida. Adquirir el don de la fe cristiana en la celebración de la Resurrección de Cristo de manos del Santo Padre es, para un creyente, un privilegio inigualable y un bien inestimable. A mis casi 56 años, es en mi historia personal un hecho histórico, excepcional e inolvidable, que marca un punto de inflexión radical y definitivo respecto al pasado. El milagro de la Resurrección de Cristo se ha reflejado en mi alma, liberándola de las tinieblas de una predicación donde el odio y la intolerancia hacia el «diferente», condenado acríticamente como «enemigo», priman sobre el amor y el respeto al «prójimo», que es siempre y en cualquier circunstancia «persona». Al mismo tiempo, mi mente se ha liberado del oscurantismo de una ideología que legitima la sumisión y la tiranía, permitiéndome adherirme a la auténtica religión de la Verdad, de la Vida y de la Libertad. En mi primera Pascua como cristiano, no sólo he descubierto a Jesús, sino que he descubierto, por vez primera, al auténtico y único Dios, que es el Dios de la Fe y de la Razón.
Mi conversión al catolicismo es el punto de llegada de una gradual y profunda reflexión interior, a la que no pude sustraerme, dado que, desde hace cinco años, me veo obligado a llevar una vida blindada, con vigilancia fija en mi casa y con la escolta de los carabineros en todos mis desplazamientos, por culpa de las amenazas y de las condenas a muerte dictadas contra mí por los extremistas y los terroristas islámicos, tanto por los residentes en Italia como por los que viven en el extranjero. He tenido que interrogarme, pues, sobre la actitud de los que han dictado públicamente fatuas (condenas jurídicas islámicas), denunciándome a mí, que era musulmán, como «enemigo del islam», como «hipócrita cristiano copto que finge ser musulmán para perjudicar al islam» y como «traidor y difamador del islam», legitimando de esta forma mi condena a muerte. Me he preguntado a menudo cómo es posible que a alguien como yo que luchó de una forma convencida y ardiente por un «islam moderado», asumiendo la responsabilidad de exponerme en primera persona en la denuncia del extremismo y del terrorismo islámico, haya terminado por ser condenado a muerte en nombre del islam y tras una supuesta legitimación coránica. De esta forma me fui dando cuenta de que, más allá de la coyuntura que registra la implantación del fenómeno de los extremistas y del terrorismo islámico en todo el mundo, la raíz del mal está inscrita en un islam que es fisiológicamente violento e históricamente, conflictivo.
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Paralelamente, la Providencia me ha ido poniendo en el camino a personas católicas practicantes de buena voluntad que, en virtud de su testimonio y de su amistad, se convirtieron, poco a poco para mí, en punto de referencia en el plano de las certezas de la verdad y de la solidez de los valores. Comenzando por tantos amigos de Comunión y Liberación, con Don Julián Carrón a la cabeza; por sencillos religiosos como Gabriele Mangiarotti, sor Maria Gloria Riva, Don Carlo Maurizi y el padre Yohannis Lahzi Gaid; o por el redescubrimiento de los salesianos gracias a Don Angelo Tengattini y Don Maurizio Verlezza, culminado en una renovada amistad con el Rector Mayor, Don Pascual Chávez Villanueva; hasta el abrazo de altos prelados de gran humanidad como el cardenal Tarcisio Bertone, monseñor Luigi Negri, Giancarlo Vecerrica, Gino Romanazzi y, sobre todo, monseñor Rino Fisichella, que me ha acompañado personalmente en mi recorrido espiritual de aceptación de la fe cristiana.
Pero indudablemente el encuentro más extraordinario y significativo en la decisión de convertirme fue el que mantuve con el Papa Benedicto XVI, al que siempre he admirado y defendido siendo musulmán, por su maestría a la hora de establecer el vínculo indisoluble entre la fe y la razón como fundamento de la auténtica religión y de la civilización humana, y al que me adhiero plenamente como cristiano por inspirarme una nueva luz en el cumplimiento de la misión que Dios me ha reservado.
Querido director, me has preguntado si no temo por mi vida, consciente de que la conversión al cristianismo implicará ciertamente una enésima, y mucho más grave, condena a muerte por apostasía. Tienes razón. Sé a lo que me expongo, pero afrontaré mi destino con la cabeza alta y erguida y con la solidez interior del que tiene la certeza de la propia fe. Y todavía más, después del gesto histórico y valiente del Papa que, desde el primer momento en que tuvo noticias de mi deseo, aceptó de inmediato administrarme en persona los sacramentos de la iniciación al cristianismo.
Su Santidad lanzó un mensaje explícito y revolucionario a una Iglesia que, hasta ahora, quizás haya sido demasiado prudente en la conversión de musulmanes, absteniéndose de hacer proselitismo en los países de mayoría islámica y silenciando la realidad de los conversos en los países cristianos. Por miedo. Por miedo a no poder ayudar a los conversos frente a la condena a muerte por apostasía y por miedo a las represalias sobre los cristianos residentes en los países musulmanes. Pues bien, hoy, Benedicto XVI, con su testimonio, nos dice que hay que vencer el miedo y no temer a la hora de proclamar la verdad de Jesús incluso a los musulmanes.
Por mi parte, quiero afirmar que es hora de poner fin al puro arbitrio y a la violencia de los musulmanes, que no respetan la libertad religiosa. En Italia, hay miles de conversos al islam que viven serenamente su nueva fe. Pero también hay miles de musulmanes convertidos al cristianismo, que se ven obligados a ocultar su nueva fe por miedo a ser asesinados por los extremistas islámicos, que se ocultan entre nosotros.
Por una de esas casualidades que evocan la mano del Señor, mi primer artículo escrito en el Corriere el 3 de septiembre de 2003 se titulaba Las nuevas catacumbas de los islámicos conversos. Era una investigación sobre algunos neocristianos que, en Italia, denunciaban su profunda soledad espiritual y humana frente a la contumacia de las instituciones del Estado, que no tutelaban su seguridad, y frente al silencio de la propia Iglesia.
Pues bien, quiero que del gesto histórico del Papa y de mi testimonio extraigan el convencimiento de que llegó el momento de salir de las tinieblas de las catacumbas y proclamar públicamente su voluntad de ser plenamente ellos mismos.
Si aquí, en Italia, la cuna del catolicismo, si aquí, en nuestra casa, no somos capaces de garantizar a todos la plena libertad religiosa, ¿cómo podremos ser creíbles cuando denunciamos la violación de dicha libertad en otras partes del mundo? Pido a Dios que esta Pascua especial otorgue la resurrección del espíritu a todos los fieles en Cristo, que, hasta ahora, han estado sojuzgados por el miedo.
Magdi Cristiano Allam, escritor de origen egipcio, es especialista en temas de Oriente Próximo. Su último libro es Viva Israel (2007). Este artículo es la reproducción íntegra del texto publicado en "Corriere della Sera" enviado por el autor al director del periódico italiano con ocasión de su bautismo por el Papa.
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